domingo, 20 de marzo de 2011

Lectura como acto político. Florencia María Pérez Declercq Lic. En Ciencias de la Educación con Especialización en Nuevas Infancias y Juventudes. (UNGS 2008).

¿Lectura o lecturas? La lectura como acto político.

¿Por qué cierta lectura choca con la cultura dominante?
Para caracterizar la cultura dominante es preciso pensar en las estructuras y formas económicas en que ésta se inserta. Estamos atravesando un momento histórico en que el capitalismo se ha instalado de una manera generalizada dando lugar a una economía globalizada. Esta economía se distingue por trascender las fronteras nacionales, dando lugar a fuertes monopolios y a una brecha creciente entre pobres y ricos que sume a una gran parte de la población en la pobreza y la exclusión social. La economía globalizada cuya producción es en serie, busca generar un consumo homogéneo, uniforme, para de este modo construir un mercado transnacional que consuma lo mismo. Este consumo debe, a su vez, cambiar periódicamente. Crear un mercado homogéneo implica borrar las diferencias regionales, las producciones culturales de cada lugar. Se suma a esto la fuerte incidencia de las nuevas tecnologías de la comunicación que, a la vez que permiten la circulación de información a lo largo y a lo ancho del planeta, posibilitan la manipulación de la misma en pos de los intereses de los sectores más poderosos. Los procesos antes mencionados no son ajenos a la cultura hegemónica. Ya que se requiere de determinadas condiciones simbólicas para que estas formas de producción y distribución económica sean posibles.

Paco Ibáñez, Rosario, Parque España, octubre 2010.
La cultura dominante se caracteriza por el utilitarismo, la búsqueda permanente de un fin económico. Para lo anterior la velocidad es crucial, ya que es en la ecuación velocidad – producción en que se juega la eficiencia del hacer. Hay un afán por la inmediatez en detrimento de procesos que llevan tiempo y esfuerzo. El éxito se plantea en términos individuales, dejando a un lado la dimensión comunitaria. Esto genera fuerte competencia e individualismo. Se trata, a su vez, de una cultura centrada en la imagen, una imagen anclada en la juventud, que deja de lado otros aspectos de la vida humana, entre ellos el pensar. De la mano de la imagen, otra bandera que se enarbola es la de la búsqueda del placer. Un placer obtenido a cualquier precio, un placer permanente y en gran medida individual, desligado de la construcción colectiva. A su vez, conviene recordar que estos procesos no se dan sin contradicciones. Contradicciones que son motor de la historia y desde las cuales es dable pensar la transformación.
Contrastes
Si tomamos cada una de estas características y las confrontamos con ciertos actos de lectura, observaremos que en muchos casos se presenta un fuerte contraste con la cultura dominante. También existen actos de lectura que resultan funcionales al poder dominante y operan como un refuerzo del mismo. Por lo tanto más que hablar de la lectura deberíamos hablar de lecturas, para dar cuenta de los múltiples modos en que ésta puede darse y las consecuencias dispares que acarrea.
A diferencia de la uniformidad que masifica, la lectura de ningún modo es homogénea, apela a lo más subjetivo, generando procesos únicos que dependerán de la historia de cada sujeto. Estas diferencias pueden generar incluso confrontación y debate a partir de las interpretaciones distintas e inéditas que cada lector produce. Muchas veces una lectura lleva a la otra, enriqueciendo el mundo interno del sujeto, quién iniciará recorridos que también serán únicos e irrepetibles.
Sin embargo, también se presenta el fenómeno de la lectura como homogeneizadora. No pocas veces la escuela se ocupa de proponer una lectura lineal y unívoca, anulando los procesos subjetivos que ésta pudiera desencadenar. El mercado también ofrecerá materiales de lectura que apelen a un uso uniforme del mismo y que ayuden a uniformizar a los sujetos. Desde planteos autoritarios que niegan al lector como sujeto. Con formatos remozados y argumentos barnizados nos seguimos encontrando con cantidad de discursos que a modo de recetario nos indican qué hacer.
Frente a una cultura utilitarista, que mide el éxito en términos de productividad, la lectura resulta “improductiva”, a la vez que implica tiempo y dedicación, aún cuando muchos discursos actuales pretendan presentarla como una actividad puramente placentera, escindida del esfuerzo. En palabras de G. Montes “Leemos porque estamos solos frente al enigma. (…) también es un placer, pero es un placer punzante. (…) es una apuesta fuerte y es un trabajo.” La lectura supone otros tiempos que los que marca el ritmo del mercado. Tiempos que incluso van mucho más allá del momento mismo de la lectura, marcando una cronicidad muy lejana al zapping. En ocasiones, una conclusión provocada por la lectura nos “cae” mucho más tarde que la lectura misma. Asimismo, sus efectos pueden generar en el lector una puesta en duda de los valores imperantes.
Existen, sin embargo, numerosos materiales de lectura que ofrecen al lector recetarios prácticos para diversos usos. En los cuales el objetivo será un resultado práctico e inmediato. Desde técnicas para ganar dinero a fórmulas para ser felices, no pocos textos se inscriben en una lógica utilitarista.
En contraste con una cultura individualista e inmediatista, la lectura se trata de una acción que obliga a pensar, a imaginar y que, lejos de resultar individual, es en última instancia un encuentro, un diálogo con el otro. Un otro que estará representado por los personajes, por el propio autor. También habilita el diálogo con los otros reales y concretos, cuando a partir de la lectura se producen diálogos, intercambios, recomendaciones… Y es en esos diálogos en que se juega el lugar emancipador de la lectura. No obstante, también existen producciones escritas destinadas al culto del individualismo, que plantean el éxito personal escindido de toda dimensión colectiva o comunitaria.
La economía globalizada precisa de un consumo homogéneo pero cambiante. La lectura también atenta contra esta regla. El libro, a diferencia de una prenda de moda, no necesariamente pierde vigencia con el tiempo. Es más, en ocasiones su “edad” lo revaloriza. Lo que la lectura produce no pasa por la imagen y el placer que proporciona no se da necesariamente en forma permanente ni inmediata. Muchas veces implica un arduo trabajo internarse en un texto, otorgarle un sentido.
No faltan, los libros de moda. Acompañados de la publicidad necesaria como para convertirlos en best sellers. Materiales cuyo único mérito es estar en la vidriera y presentarse como novedosos o atractivos. La enorme producción de libros en la actualidad no tiene precedente en la historia, sin embargo no deberíamos homologar consumo a lectura. Resulta una práctica habitual el ojear contratapas e índices para “estar al tanto”, planteada como una necesidad desde ciertos parámetros sociales. Y aún, en ciertos sectores, también se instala el libro como un objeto de consumo que cotiza bien en la imagen social. Podemos ver, por ejemplo, revistas de decoración que incluyen en las fotos de interiores libros, instalados allí como un objeto decorativo.
Si lo pensamos en términos económicos, no se trata del negocio más redituable, y a diferencia de otros rubros, existen múltiples estrategias de resistir las leyes del mercado. Las fotocopias, los préstamos e intercambios, las donaciones, las ventas de textos usados a muy bajo costo, las bibliotecas públicas, la lectura en la red, son algunas de las formas de resistencia que atentan contra el consumo más mercantil. Aunque, evidentemente, el mercado no pierde la oportunidad de que el libro como objeto de consumo resulte un negocio rentable. Existe una industria alrededor del libro que produce fuertes ganancias y que no escapa a las reglas propias del mercado. Por ejemplo, en los grandes centros de consumo, existen monopolios a la hora de vender este tipo de material, cerrando las puertas a los pequeños editores y a las producciones alternativas que no cuentan con fondos para la circulación, publicidad y venta. La información cuesta dinero y otorga poder a quien la posee. Es entendible, entonces, que cierta información sea accesible solamente a una franja de la población: la que la puede comprar.

El acto de leer, en su sentido más profundo, supone un acto emancipador. Permite al lector cierta autonomía en sus interpretaciones. En el caso de la lectura placentera, esta no va en busca de un fin económico, y ni siquiera obtiene placer sin esfuerzo ni dedicación. Queda claro, entonces, como puede romper con la lógica dominante. Pero como, a su vez, los actos de lectura, en muchas ocasiones, sirven a los intereses del mercado y de la cultura que le hace de soporte. Retomando a G. Montes podemos pensar la lectura como un acto emancipador: “Para desmontar el pensamiento hegemónico hace falta leer y la lectura siempre necesariamente incorpora la historia, el acontecer. (…) La perplejidad es el primer punto de la postura del lector .Si nos sentimos perplejos, si nos preguntamos, desencadenamos lectura y si leemos de algún modo vamos a mover la situación. La lectura mueve la historia personal y la historia colectiva.”
Fuente: “Las nuevas juventudes y su relación con la lectura.” Florencia María Pérez Declercq Lic. En Ciencias de la Educación con Especialización en Nuevas Infancias y Juventudes. (UNGS 2008).

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